domingo, abril 16, 2006

Directo desde el Inconciente, por Pepi

Me carga el metro, me desespera. Me carga que sea tan perfecto, tan azul, tan subterráneo. Partiendo por la simetría del logo y la uniformidad de los carros (obviamente, exceptuando los que están llenos de publicidad, que son aún más apestosos).

También me carga que el metro sea tan artístico, que cuando uno espera a alguien en Santa Lucía hayan fragmentos de no sé que cosas pegados en las ¿baldosas? cuadradas de las estaciones y, como no hay nada más que hacer, uno lee y lee una y otra vez en diferentes idiomas el mismo cuento. Ah, pero si hay algo que hacer. Prueben sentarse en el suelo y entrarán en un estado de “fin del mundo” increíble: cada vez que el metro pasa, el piso se mueve y yo me imagino que está temblando y que no nos damos cuenta creyendo que es el metro pero no, verdaderamente las miles de personas que estamos bajo el nivel del mar y quizás bajo el nivel de qué otras cosas, moriremos aplastados...

Pero nunca pasa... pero es buena la sensación.

En el metro no hay nada redondo, o sea, como que todo pretende ser redondo, pero no le resulta. Los asientos, la forma del carro del metro, la cosa donde se echan las monedas cuando se paga, los letreros, etc. Cada una de esas cosas parece configurada para la redondez, pero se queda en la intención y de intenciones nadie vive, excepto algunos que no son el metro.

Cuando uno anda en metro, además, está condenado a la certeza. Que si uno se baja en la estación que el letrero dice “Parque Bustamante”, verdaderamente uno sale de las escaleras y se encuentra con el parque Bustamante. Y uno se cierra a la opción de que el caballero que puso los letreros se haya equivocado y uno se baje y se encuentre con la Plaza Italia, o, en el mejor/peor de los casos, con el Plaza Vespucio. Con el metro se pierde el sabor de la ambigüedad de la micro. Nunca pasa que el metro se pase y que uno tenga que caminar de, por ejemplo, Bellas Artes a Baquedano, o que pare ENTRE Mirador y Bellavista. El metro está configurado para que eso no pase. Y uno está condenado a llegar al lugar donde va. A menos que se corte la luz y el metro se quede parado justo donde está la publicidad de Coca-Cola, esa que se mueve, como la tele... ahí uno se pone a pensar que a lo mejor no quería llegar adonde va...

Algo que me gustó del metro fue un cuento de un concurso que hicieron en que había que hacer un cuento en 100 palabras. En un arranque de “Derecho de autor” transcribo uno que me gustó mucho, especialmente la parte del “por joder”, porque “por joder” de repente escribimos cosas como ¿qué opinamos del metro?” Ahí va:

Ahí aparece la 141. Se demoró, pero viene vacía. Luego de pagar me doy cuenta de que no viene vacía, es decir, no literalmente vacía, sino que ocupada nada más que por un pasajero, que va sentado justo en la mitad del corredor, al lado del pasillo. Entonces examino los abundantes asientos disponibles, al tiempo que camino hacia el señor. Me inclino levemente y susurro un convincente "Permiso". El pasajero, entonces, me da permiso pero no sin mirarme horrorizado, como preguntando: "¿Por qué? ¿Por qué?". Y yo lo miro de vuelto queriéndole responder: "Por joder.... sólo por joder".

Pepi